Cuando leemos o escuchamos sobre Jesús, cómo fue su vida desde que nació y cómo fue creciendo en estatura y sabiduría, nos maravillamos y desearíamos haber podido nacer en esa época para poder verlo y estar con Él. En el momento en que tenemos problemas o pasamos por tribulaciones creemos que estamos solos y que a pesar de tener personas en nuestro entorno no habrá nadie que nos comprenda así como Jesús lo hacía cuando caminaba entre sus discípulos. Para ellos era muy difícil creer que el Maestro tenía que irse y dejarlos, pensaban que se quedarían solos pero Jesús se los explicó claramente: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.” Juan 16:7 (RVR-1960) Con estas palabras quiso decir que si bien moriría , Él resucitaría y ascendería a los cielos para ser nuestro abogado frente al Padre, pero que no nos dejaría solos, pues dejaría al consolador, el Espíritu Santo, quien estaría con nosotros en todo tiempo, circunstancia y lugar, y que a la vez también estaríamos con Él. Esta palabra que dejó dicha a sus discípulos es también para nosotros, aunque ya hayan transcurrido muchísimos años, esa promesa es válida hasta hoy. La promesa de enviarnos al consolador, quien nos acompañará en momentos de tristeza y dolor, aun se cumple; no es una promesa que se concreta una vez y ya no vale más. Lo que Cristo prometió es eterno y permanente, hasta hoy se sigue haciendo real en nuestras vidas y seguirá para el tiempo postrero. “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” Romanos 8:26 (RVR-1960) Si sentías que estabas solo y que no tenías a alguien que te comprenda, tienes al Espíritu Santo que secará tus lágrimas, sólo es necesario anhelarlo y creer que en verdad Él está con nosotros.
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